Una vez concluido el debate de investidura de Mariano Rajoy, España sigue haciendo historia política. Dos debates de investidura fallidos por primera vez en nuestra democracia y un camino que apunta a una tercera cita electoral a menos que alguien de su brazo a torcer en las próximas semanas. ¿Su brazo a torcer? ¿En la política española? ¿Y aparcar las diferencias personales? Sí, quizá sea demasiado pedir.
De estos debates me quedo con una conclusión: el nivel de nuestro discurso político es a día de hoy pobre, muy pobre. Ante una cita de máximo nivel como es un debate de investidura nos hemos encontrado discursos llenos de lugares comunes, previsibles, con una retórica simplona y marcados por un lenguaje preelectoral dirigido, en general, a su propio público y poco encaminado a la búsqueda real de un consenso. Técnicamente bien construidos, como no podía ser de otra manera, pero sin ningún atisbo de brillantez.
Los protagonistas se han visto a sí mismos bien (como suele suceder), como protagonistas de series de televisión, cargados de carisma y de estrategias acertadas. Pero a veces el espejo de la realidad nos devuelve una imagen muy distinta a la que nos venden los aduladores situados a nuestra sombra.
RAJOY, O YO O EL CAOS
El presidente en funciones ha seguido avanzando en el mensaje que ya utilizó con éxito en la última campaña electoral. O yo, o las terceras elecciones. O yo, o el desastre económico. O yo, o no hay presupuesto en las Comunidades Autónomas. En definitiva, o yo, o el caos, que decía aquella famosa viñeta. Una estrategia que nos recuerda mucho a la de un personaje televisivo: Frank Underwood, protagonista de ‘House of Cards’. Underwood juega una y otra vez a provocar el caos para luego erigirse en la única solución posible… y en ocasiones da la impresión de que ésa es, precisamente, la táctica de Rajoy.
Con una diferencia notable. En el caso del presidente español, él no provoca el caos, simplemente deja que suceda con la intuición de que, al final, acabará beneficiándole. Si le invisten, gana. Si se repiten elecciones, gana. Si el PSOE pacta con Podemos y partidos independentistas, gana. Se trata simplemente de esperar hasta que la victoria llegue, aunque sea por agotamiento.
Él lo sabe, y lo cierto es que en sus discursos de estos días ha habido muy poco espacio para intentar atraer nuevos apoyos a su candidatura y mucho para señalar a los culpables, quizás porque sabía de antemano que era inútil gastar cartas en una partida ya perdida (aunque como ya hemos dicho, él sabe que a la larga esta vez no puede perder).
Por eso, esa táctica Underwood en modo pasivo le ha acabado convirtiendo en una suerte de Al Bundy, el personaje de ‘Matrimonio con hijos’ que sentado en el sofá esperaba a que las cosas se arreglasen solas. ¿Les suena?
PEDRO SÁNCHEZ, EL HOMBRE QUE QUISO SER DON DRAPER
Cuando Pedro Sánchez subió a la tribuna lo hizo convencido de que era el Don Draper de ‘Mad Men’. Un hombre atractivo, carismático, seguro de sí mismo, capaz de dejar atrás su pasado y de construir su propio futuro. Pero más allá de lo original de usar un discurso del propio Rajoy, Sánchez se quedó atrapado en el lado oscuro de Draper: autodestructivo, egoísta y capaz de ignorar las consecuencias de sus actos. No quiero terceras elecciones, pero no dejaré que gobierne Rajoy y tampoco tengo previsto -al menos de momento- intentar formar gobierno. ¿?
Fue un discurso poco presidencial, marcado por un evidente deseo personal de venganza hacia Rajoy: quería que el presidente sintiese en sus carnes, al menos una vez, lo que se siente en una investidura fallida. Su intervención tenía el NO como único argumento y se retrotraía al final de la legislatura que ya se cerró en diciembre, olvidando que desde entonces los españoles han votado ya dos veces.
Pero a lo Don Draper, Pedro Sánchez evitó pensar en lo que le ha ocurrido desde entonces (los dos peores resultados electorales de la historia del PSOE) dando la impresión de que su estrategia se basa, únicamente, en una huida hacia delante que le permita seguir vivo después haber sido dado por muerto tantas veces. ¿Y entonces? Pues entonces veremos. Próxima estación: elecciones vascas y gallegas.
Pero cuando se quiso dar cuenta, su propio discurso había convertido a Don Draper en una suerte de Doctor No.
PABLO IGLESIAS, EL REVOLUCIONARIO UNIVERSITARIO
Pablo Iglesias lo tuvo claro desde el primer momento: el debate de investidura no era su guerra. Esta vez no. Así que se subió a la tribuna dispuesto a dar un mitin callejero en ese tono tan singular que siempre utiliza el líder de Podemos. Un mitin dirigido a recuperar la esencia y la llamada al cambio, el espíritu de los suyos, después de semanas de un estudiado silencio.
Iglesias quiere ser el Elliot (‘Mr. Robot’) de la película. Se ofrece a su público como ese gran revolucionario que cambiará el mundo tal y como lo conocemos, capaz de acabar con los grandes poderes, capaz de modificar los equilibrios. Pero ese brillo que intenta desprender, ese carnet de demócrata, honrado y limpio que parece ser el único capaz de adjudicar, como acertadamente le señaló Rajoy, y ese erigirse como el único capaz de interpretar y representar a la gente nos recuerda demasiado a muchos de esos personajes bidimensionales de otra época, cuando todos estaban divididos entre los buenos y los malos. Entre los míos y los otros.
En este proceso de comunicación el líder de Podemos quiere que su mensaje cale en todos los sectores descontentos con los grandes partidos, en todos los indignados con la corrupción, en todos los que creen que las cosas deben cambiar. Y para eso Iglesias sigue construyendo su particular versión de ‘Los mundos de Yupi’ que él, como Elliot, construirá para nosotros. Un mundo para los míos que acabará con los otros.
ALBERT RIVERA, EL ‘SOLUCIONADOR’ CON VISIÓN DE ESTADO
Seguramente el de Albert Rivera fue el único discurso digno de un debate de investidura. El único que no parecía pensar en el escenario de unas terceras elecciones y que ponía sobre la mesa un discurso sobre la razón de Estado que se echaba en falta a lo largo del debate.
Albert Rivera se posicionaba así como el único que había sido capaz de moverse de su posición inicial (eso sí, olvidando que por segunda vez en unos meses había chocado de frente con sus promesas electorales) y el único que era capaz de anteponer los intereses generales a los suyos y los de su partido. Un político de alto nivel que intenta estar a la altura de la Birgitte Nyborg de ‘Borgen’ y del presidente Barlet de ‘El Ala Oeste de la Casa Blanca’.
Pero su posición política es débil -siempre en busca de un centro político aún difuso- y está basada en arriesgados juegos de equilibrismo que podrían acabar con su castillo de naipes totalmente derribado ante esas hipotéticas terceras elecciones que Rivera tanto teme.
Por eso, su imagen nos recuerda más a los ‘solucionadores’ de problemas para los poderosos que a lo líderes políticos. Albert Rivera sería hoy una mezcla de Olivia Pope (‘Scandal’) y Ray Donovan, siempre al límite, siempre en esa delgada línea que divide el éxito del fracaso, siempre intentando sumar a otros a sus soluciones. El futuro dirá si puede aparcar este papel de secundario ‘solucionador’ para dar el salto a la primera línea, aunque sea con el modelo ‘Borgen’. Desde luego, el nivel de su discurso apunta hacia allí, pero aquí no mandan los discursos sino los votos.