La inteligencia emocional y la comunicación son dos aspectos íntimamente relacionados en nuestra interacción con las personas que nos rodean. Es imprescindible saber integrar la primera en la segunda para que nuestro mensaje llegue, de forma nítida y efectiva, a nuestro receptor.

La comunicación efectiva es una habilidad que se puede desarrollar si sabemos comprender en profundidad los aspectos propios y ajenos de la inteligencia emocional. De esta forma lograremos vencer las barreras comunicacionales que, a veces, generan interpretaciones erróneas, y conseguir un proceso comunicativo equilibrado y de sencilla comprensión. Esta habilidad es imprescindible en ámbitos como la comunicación interna, la comunicación política y la comunicación empresarial, y se puede y se debe entrenar. Un portavoz capaz de integrar la inteligencia emocional en su comunicación será el mejor rostro de nuestro mensaje.

Inteligencia emocional: 6 pautas para incrementarla

Pero, ¿cómo se hace? En primer lugar tendremos que trabajar en nosotros mismos, haciendo cierta introspección para lograr el mayor autoconocimiento posible. Debemos entender y asumir tanto nuestras habilidades como nuestras carencias emocionales. No se trata de hacer una sesión de psicoanálisis, sino de reconocer cómo influye nuestra emotividad en nuestros discursos. Puedes empezar por seguir estas pautas:

  1. Gestionar las propias emociones

El discurso debe ser lo más limpio posible, a nivel racional, por eso debemos aprender a comunicarnos desde el autocontrol. Así evitaremos la emisión de mensajes irracionales que ensucien la comunicación con tintes negativos.

  1. Desarrollar la empatía

La empatía nos permite ponernos en el lugar del otro para entender las emociones ajenas y así poder adaptar el mensaje al estado de ánimo del interlocutor. Es un pilar básico para una comunicación efectiva. Nos permite prestar toda nuestra atención a los efectos que nuestro discurso está provocando sobre los sentimientos de la otra persona y así, ajustar nuestras palabras a la sensibilidad de nuestro interlocutor.

  1. Comunicación asertiva

Es la capacidad de comunicarse de forma concisa y clara, afirmando nuestros sentimientos u opiniones siempre desde el respeto y sin caer en la agresividad. Sólo con asertividad dejamos claro nuestro criterio, nos hacemos valer y evitamos malentendidos.

4. Comparte tus emociones

No tengas miedo a expresar un discurso con contenido emocional, aunque en un principio puedas sentir que mostrarte vulnerable puede afectar la imagen que alguien tiene de ti. Reconocer cómo te sientes ante una situación concreta hará que aumente la cordialidad y la confianza hacia ti y estarás creando conexiones que generarán un clima de comprensión mutua y afinidad.

5. No interpretes las emociones ajenas

Si sacas conclusiones precipitadas tienes muchas probabilidades de equivocarte y el proceso comunicativo se estropeará y resultará conflictivo. En este punto debes aprender a realizar escucha activa, dejando que la otra persona se exprese y haciendo un esfuerzo por comprender su posición o estado anímico, sin juzgar ni descalificar ni interrumpir.

6. Amabilidad, positividad y cortesía

Existen diferentes formas de emitir un mismo mensaje, y si deseas dirigirte a alguien para que cambie alguna cosa, procura hacerlo de la mejor manera posible. Comienza tus frases con un “es importante para mi…” en vez de con un “estoy harto de que…” No emplees reproches o muestres un estado emocional disgustado. Actuando así es más probable que consigas que la otra persona sienta la necesidad de defenderse de lo que considera un ataque verbal.

La palabra como arma de doble filo

Como no hay mejor manera de aprender que con el ejemplo, a continuación compartimos un breve relato. Éste demuestra que la verdad puede ser dicha de distintos modos y que el don de la palabra puede ser un arma de doble filo.

Una antigua leyenda árabe cuenta que, cierta noche, el Sultán soñó que perdía todos sus dientes. Inquieto, al despertar, hizo llamar a un adivino experto en interpretación de sueños.

“Oh, mi señor, qué gran desgracia”, gimió el adivino, “cada diente perdido representa la perdida de un pariente de Vuestra Majestad”.

El Sultán se enfureció: “¡Insolente! ¿Cómo te atreves a decirme tal cosa? ¡Fuera de aquí ahora mismo!” E hizo mandar a su guardia para que le castigasen con cien latigazos.

Acto seguido ordenó traer a otro adivino, quien escuchó atentamente al Sultán mientras relataba su sueño.

“Vuestra Majestad, el destino os reserva una gran suerte, pues vuestro sueño es el augurio de que disfrutaréis de una vida tan larga que sobreviviréis a todos vuestros parientes.”

Y el Sultán sonrió con felicidad y recompensó al adivino con cien monedas de oro.